La llegada de Matter, junto con Thread, al mundo de la domótica, más que despejarme dudas, me ha hecho tener más a la hora de replantearme, o no, mi actual montaje domótico. Determinar el sistema domótico es la primera variable a despejar, porque de ahí se derivan otras decisiones que van a marcar el camino que va a seguir tu ecosistema domótico y no, no todos los caminos conducen a Roma ¿Te quedas conmigo?
El sistema domótico, tu talón de Aquiles
Comentamos en el artículo anterior que el sistema domótico (el «cerebro domótico») es el centro neural de tu casa inteligente; no es más que una aplicación (que se ejecuta en algún tipo de hardware -lo que incluye la nube- y que presenta una interfaz gráfica para que puedas usarlo fácilmente) que conecta los dispositivos finales entre sí, con un conjunto de servicios que integra los datos recibidos desde dichos dispositivos, los analiza y toma decisiones. Estas decisiones se comunican a los dispositivos finales que deban tomar acción, dándoles una orden que éstos ejecutan.
Determinar el sistema domótico, decantarte por uno u otro, va a condicionar lo que puedas hacer con él, pero también otras muchas cosas en las que, quizás, no estés pensando: las latencias que vas a tener, los dispositivos finales que podrás utilizar, la complejidad en la configuración, la disponibilidad de servicio, … y la privacidad (si me sigues, ya sabes que que a mí es un tema que me preocupa mucho).
Bienvenido al circo de los sistemas domóticos
Sí, me vas a odiar; pensarás que he fumado algo que no me ha sentado bien pero, tras mi exposición, entenderás perfectamente eso del «circo», y es que el mayor de los problemas al que nos enfrentamos al determinar el sistema domótico es que no hay un modelo único de control de tus dispositivos… porque si así fuese, yo no tendría motivo alguno para escribir esta serie de artículos 😉
Vamos al lío.
Cuando un fabricante decide lanzarse al mercado toma algunas decisiones, como optar por un protocolo u otro… pero es que los protocolos actúan a distintos niveles; esos niveles son como los peldaños de una escalera. Tienes que subir la escalera, y para ello necesitas calzarte unas zapatillas. Tú eliges el modelo de zapatilla pero, oh my god!, con esas zapatillas sólo puedes subir algunos peldaños; a cierto nivel ya no puedes seguir subiendo con alas mismas zapatillas y tienes que calzarte otras para seguir tu ascensión. Esa escalera tiene un nombre: OSI (hablaremos de ella en próximos capítulos, pero quédate con la idea).
Unos escogían, hace años, X10; otros, no hace ya tanto, Zigbee o Z-Wave; una gran mayoría ha estado escogiendo WiFi; ahora se ha puesto de moda Thread; los más raritos se van al Bluetooth…
Si apuestan por Zigbee o Z-Wave, se suben todos los peldaños de la escalera con las mismas zapatillas. Si apuestan por Matter, sólo se suben una parte de esos mismos peldaños, y se necesita de otras zapatillas para completar todos los escalones, apoyándose en otros protocolos, como Thread o WiFi. Empieza la cosa a liarse, ¿verdad?, pues sigamos liándonos.
Los fabricantes te dan una aplicación, habitualmente instalable en el móvil, para gestionar sus dispositivos, pero no los de otros fabricantes, claro. Luego están los que te venden un hub, que gestiona sus dispositivos, pero no los de otros… o quizás sí, depende.
Además, un hub quizás pueda controlar dispositivos Zigbee, pero no WiFi, o puede que controle controle Zigbee, WiFi, y el tan afamado Matter y, como que estamos generosos, pues también el protoclo Kidde, que va de regalo, ¡ale!.
Muchas tecnologías de comunicación permiten infraestructuras inalámbricas de dispositivo a dispositivo, de dispositivo a nube y de dispositivo a móvil, y todo eso puede afectar a cosas como la privacidad, la latencia, la capacidad de acceder a tus dispositivos desde cualquier sitio o sólo desde tu casa, etc.
Dada la ubicuidad de los puntos de acceso y de los teléfonos inteligentes, Bluetooth y WiFi se han hecho muy populares en la IoT de viviendas y edificios, pero presentan serias restricciones de alcance así que, para acabar de sazonar la ensalada, hay dispositivos que pueden funcionar estableciendo una red mallada (mesh) vía procololos como Zigbee, Thread o Z-Wave, que no sólo ofrecen una solución de red nativa basada en malla sino que, además, son de bajo consumo.
¿Bajo consumo? Ah!, pues sí, que eso es también importante, claro, y eso no te lo da WiFi, pero sí Bluetooth. ¿Cómo?, ¿Bluetooth?, ¿pero no habías dicho que eso lo daba Zigbee, Thread o Z-Wave?
Añádele a esto que hay sistemas domóticos, digamos que generalistas, que proporcionan fabricantes de altavoces, tabletas, o lo que sea, pero que no tienen su foco en fabricar dispositivos IoT (como Apple o Amazon). También hay sistemas domóticos generalistas que son de libre uso pero que tienes que hacer no sé qué magia en una Raspberry Pi para instalarlos y no te digo ya para configurarlos.
Total, que acabas en casa con tropecientas aplicaciones en el móvil, con múltiples hubs colgando de las cortinas de tu casa, con un montón de dispositivos tirados en un cajón porque no hacen lo que esperabas y con un embrollo monumental en la cabeza.
Sí, determinar el sistema domótico puede ser un circo.
El reto en los sistemas domóticos
Si has sobrevivido al punto anterior entenderás lo que te voy a decir ahora: el reto al escoger, montar o determinar el sistema domótico está en la interoperabilidad entre los dispositivos que conforman tu ecosistema: hacer que se entiendan y colaboren toda esa diversidad de dispositivos de diferentes categorías de productos, de distintos fabricantes y con distintas aplicaciones para gestionarlos.
Los sistemas domóticos están (o estaban, porque la cosa ha ido cambiando a nuestro favor) pensados para que sólo aquellos dispositivos que cumplen con las reglas de ese sistema domótico puedan ser controlados desde ellos. Así pues, un dispositivo pensado para funcionar con el sistema domótico de Apple no tiene por qué funcionar en el de Google, por ejemplo.
Otro reto, no de menor calado al de la interoperabilidad, es que nos encontramos con que muchos sistemas domóticos requieren del uso de infraestructura en la nube.
Imaginemos que estás en tu casa, tirado en el sofá:
- con HomeKit, desde tu móvil, a través de la aplicación Casa, ordenas que se apague una bombilla; la app le dice a la bombilla que se apague.
- con Alexa, desde tu móvil, a través de la aplicación Amazon Alexa, ordenas que se apague una bombilla; la app transfiere la orden a los servidores de Amazon (precisa de la instalación de un skill), y son los servidores de Amazon los que le dice a la bombilla que se apague. Esto es lo que se denomina conexión inversa, y ocurre en muchos sistemas domóticos.
De lo anterior puedes inferir que:
- Sin salida a Internet, o ante problemas de indisponibilidad de los servicios en la nube, tu domótica no funciona.
- Aumentas las latencias en la ejecución de las órdenes.
- Pierdes privacidad (ojo, no confundir con seguridad).
Solventando el reto
Habrás podido intuir que, por lo explicado anteriormente, para que exista interoperabilidad y que un dispositivo pueda usarse en un sistema domótico, tiene que hablar el lenguaje que usa ese sistema domótico; esto es lo que denominamos código (Entender tu casa inteligente (1) – Elementos de un ecosistema domótico)
Lo del código es sólo condición necesaria, pero no suficiente; también requiere que se comparta un mismo canal (Entender tu casa inteligente (1) – Elementos de un ecosistema domótico)
Lo habitual es que los sistemas domóticos se basen en la existencia de un elemento de hardware donde integrar todos los los elementos de un hogar inteligente y proporcionar un acceso ubicuo a ellos: los hub. Este hardware puede ser un Apple TV un Homepod Mini, un Aqara M2, etc. Tienes que adquirir esta pieza y él se encarga del control de tu hogar inteligente.
Sensores y actuadores suelen estar pensados para un sistema domótico, si bien esto ha ido variando y muchos fabricantes incluyen ya en sus productos compatibilidad con más de uno (fíjate en la foto de este enchufe).
En caso de no hacerlo, uno de los mecanismos por los que los fabricantes de dispositivos han optado es el uso (y pago por tu parte) de otro accesorio más: los bridge o gateway (ver domodefiniciones).
Afortunadamente todo esto ha evolucionado y hoy día encontramos hubs que hacen, también, de bridge, aceptado, incluso, distintos asistentes de voz. Un claro exponente de ésto es el hub Aqara M2, que es capaz de trabajar con dispositivos Bluetooth, Zigbee o WiFi y con sistemas domóticos como HomeKit, Alexa o Google Home, además del suyo propio, Aqara Home.
Al adquirir tanto un hub como un bridge, preocúpate de que su funcionamiento no requiera de servicios en la nube. Algunos fabricantes proporcionan hubs que se conectan con sus servidores. Hasta no hace mucho algunos de estos servidores sólo se encontraban en China, y China no es Europa, donde sí hay una reglamentación muy fuerte en privacidad y protección de datos.
Existe también una alternativa para los más avezados, los más «geek» del lugar: los sistemas domóticos de código abierto, no propietarios, como OpenHab o Home Assistant, entre otros. Si optas por ellos tienes que instalar y configurar tú el sistema domótico sobre tu propio hardware (una Raspberry Pi, un mini PC tipo NUC, un NAS, etc), lidiar con su complejidad y, especialmente, con su seguridad.
Finalmente, y por si no te has dado cuenta, no he mencionado el uso de aplicaciones del fabricante que se instalan en el teléfono. ¡Esa opción no solventa el reto!
¿Qué le pediría yo a un sistema domótico?
- Integrar dispositivos finales de bajo consumo, con pilas reemplazables.
- Integrar dispositivos finales que usen canales de largo alcance.
- Control absolutamente local, no en la nube de nadie.
- Capacidad de acceso desde dentro y fuera de casa.
- Facilidad de uso.
- Evitar el «vendor lock-in» (libre elección de dispositivos finales).
- Acoger (poder reutilizar) los dispositivos que ya tengas.
- Hub único.
- Capacidad de definir reglas, mas o menos complejas, para la toma de decisiones automatizadas.
¿No te ha estallado ya la cabeza o, al menos, te la he puesto a temperatura de ebullición? 🤯. Efectivamente, determinar el sistema domótico no es fácil.
En próximos artículos iremos profundizando en cómo solventar el reto, tratando de entender algunos conceptos y tecnologías, y podréis observar que, en mi caso, cuando os explique el tinglado que tengo montado, me he visto forzado a renunciar a alguno de los postulados.
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